Bikini

(sust. f., del idioma de las Islas Marshall, “lugar de los cocos”)


1. 
La historia es más o menos como sigue: a mediados de los 40, en el distrito comercial de París, Louis Réard, un ingeniero mecánico, deja el cálculo matemático y se hace cargo del negocio de ropa interior que llevaba adelante su madre. Sí, Réard es como esos hombres que en alguna parte del barrio de Once despiertan nuestra sospecha cuando desde atrás de un mostrador de fórmica gastada, rodeado de vedetinas y tazas soft, nos miran las tetas y predicen: “probate un 95”.
En paralelo, otro frencho vestuarista desarrolla el primer traje de baño de 2 piezas que bautiza Átomo, bajo la consigna “el traje de baño más chico del mundo”.
Réard lo toma como una apuesta y retruca con sólo 30 pulgadas de tela, de las que saca cuatro triángulos formando dos piezas que deberían cubrir las partes pudendas. El ombligo queda al aire y los flotadores, expuestos. La prenda tiene el mismo potencial explosivo y revolucionario que la bomba H. Réard le pone de nombre Bikini, en alusión a unas islas paradisíacas del pacífico donde EEUU desarrollaba detonaciones nucleares experimentales. Réard: ingeniero (véase potro geek), orgullo de mamá, gordo nerd, el culpable de que empieces a angustiarte en noviembre porque las mallas están cada vez más caras y porque el Large te queda chico.


2. 
Tres frentes de guerra. Tetas, panza, culo.
Ejercés tus actividades veraniegas al aire libre sin dejar un minuto de acomodar y reacomodar con discreción y elegancia los susodichos cuatro triángulos de tela, que tienden por igual a hundirse en las blandeces más desafortunadas de tu cuerpo y a abandonarlo por completo. Pudorosamente te untás protector solar en lo que parecen hectáreas de piel expuesta.
No se puede imaginar un atuendo menos práctico para nadar en las turbulentas playas atlánticas o tirarse de bomba a la pileta del club. La vigilancia debe ser constante y ni haber respirado tres litros de agua salada apaga la alarma en tu cabeza. “Tetas, panza, culo”, chequeás rápidamente antes de salir a tomar aire con cara de trastornada y toda la arena que pueden retener 30 pulgadas de tela.
Si del hongo de Bikini nació el hombre de la era atómica, quizás de la prenda homónima nació la mujer atómica, que básicamente está incómoda. Al menos hasta que refresca y puede ponerse un buzo, relajar los abdominales, taparse el traste y las tetas, y comerse un churro en paz.