Zángano

sust. masc.

ilustración: CJ Camba

1.

Una particularidad de los insectos eusociales (véase: sociedad) es la fuerte división en castas. En el pico de la jerarquía de la colmena está ella, “la elegida”: la abeja reina. Por debajo de todo, están las otras, las que llevan los pantalones puestos, las que se ocupan de la supervivencia, el mantenimiento y el crecimiento de la colonia: las obreras. En el medio, para estorbar en el camino, están ellos, que no laburan, que no producen miel ni construyen, que no nada. Lo único que les toca es garchar: los zánganos.
Dispersar esperma para que las reinas puedan reproducirse. O hacer la danza “nupcial” para después morir. Están para eso, para servir a la reina, para “perseguirla” a ella. Las obreras les hacen la casa, los cuidan, los protegen.
Los zánganos nacen por partenogénesis meiótica, es decir de huevos no fecundados (KEEE), y tienen la mitad de cromosomas que las hembras (KEEEE). O sea, la reina remixea sus propios genes para crear seres que la van a fecundar y tener así más hijitas. KEEEEEEE.

2.

El término “zángano” es aplicado metafóricamente a ciertos humanos de sexo masculino ya que se lo considera emblema del parasitismo y la vagancia. Y para peor —oh, ciegos naturalistas, oh, replicadores del patriarcado— hace laburar a las mujeres, cuyo rol, sabemos, es quedarse en casa cuidando a la prole y no salir a buscar el pan.
Según este modelo, el zángano es un perfecto inútil el 99% del tiempo... pero tiene pito (véase: pito). Can’t live with them, can’t live without them.
Oh, fanáticos de la jornada laboral reglamentaria: que un trabajo no sea de 9 a 18 no quiere decir que no sea importante. Los injustos ojos humanos no conciben que la reproducción pueda ser un trabajo tan fundamental para la conservación de la especie como cualquier otro. Quién sabe a qué cráneo se le ocurrió llamar “reina” a la pobre bicha a la que la colonia adjudica la engorrosa tarea de parir (véase: madre). Su harén de machitos comparte este destino.

3.

El único rol de un zángano es ponerla. Es su vocación, su sueño, su función (véase: minitas).
“El zángano sólo quiere garchar y, lo peor de todo, es que quiere garchar CON OTRA”, se sobreidentifican las chicas susceptibles. ¿Acaso las pobres abejas obreras, las sacrificadas hormiguitas recolectoras, no merecen también un poco de amor, o al menos un sacudón de vez en cuando? Porque claro, después de deslomarse todo el día, cansadas, despeinadas, chivadas, sin depilar, ¿cómo se supone que compitan con la Reina?
Oh, muchachas sensibles: tampoco exageremos. Son bichos.

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