Dícese del individuo
invisible del gran grupo familiar del cual sólo representa un 1/5 (en los
mejores casos) y que jamás va a ser ejemplo de nada, por el hecho de que
simplemente es una minúscula más en una frase que ya cuenta con mayúscula y
prontamente (o no tanto) con punto final.
La hermana del medio
no fue el conejillo de indias de mamá y papá (véase hermana mayor), así como tampoco fue durante
mucho tiempo (¡gracias damos por ello!) Battle Cat (véase hermana menor), ya que al poco tiempo de su
incorporación al mundo exterior apareció el que sí conseguiría, por los siglos
de los siglos, la calificación de enano de la familia (mucho más allá de que al
crecer se transformara claramente, y sin competencia alguna, en el único alto de la misma).
No tuvo barbies
nuevas sino “únicas”, con estrambóticos cortes de pelo confeccionados
originalmente por su antecesora, así como vestidos remendados y abuelos que ya
se habían cansado de serlo. La hermana del medio se asustó con las peleas entre sus
predecesores y sus progenitores, se bancó los juegos de manos en su contra, el
fosforito, las cargadas de todos los amigotes del mayor, y ser siempre y para
siempre "la hermana de”.
Pero de alguna manera, la hermana del medio hizo siempre todo lo que quiso: fue la que dejó la
matinée más temprano para pasar largas horas en el boliche hasta que saliera el
sol, la que nunca tuvo la obligación de sentarse con mamá a hacer la tarea, la
que siempre tuvo amigos grandes, la que tenía permitido firmar sus propias
notas del cuaderno de comunicados, y la que aún siendo las doce de la noche seguía sin recibir llamados a los gritos de papá preguntando por su
paradero.
Pero junto con todas
esas geniales libertades, a la hermana del medio le cayó algo más: conciencia y
responsabilidad (¡lo que daría ella por no tenerlas!) y aprendió de los gritos
hacia sus hermanos que siempre era mejor poner y sacar la mesa, lavar, colgar,
descolgar y planchar la ropa, hacer la cama antes de irse a la escuela, avisar
siempre si volvía o no, no llevarse materias, y siempre, por sobre todo, ser
respetuosa y buena. No tuvieron que decírselo, la del medio siempre fue
inteligente (aunque jamás haya tenido las notas de la Hermana Mayor o la
elocuencia de El Otro) y sabía que esas consignas eran la clave para no perder jamás su libertad.
Aprendió que para que las cosas salieran a su
gusto, iba a tener que hacerlas ella misma, calladita y sin chistar; y poco a
poco fue pareciéndose, cada vez más, a una hermana mayor; pero con una
pequeñísima diferencia: ella siempre (o casi siempre) fue y va a ser, la
hermana del medio. Ni blanco ni negro, ni dulce ni salado, ni un dos ni un
diez… La hermana del medio es eso, el fuego medio que hace que la familia se
mantenga jugosa, crocante por fuera pero impecable por dentro. La hermana del
medio da el equilibrio y sostiene, sin pedir demasiado crédito por ello.
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