Rulos

sust. masc. 

La portadora de rulos aprendió, desde su más tierna pubertad, que hay cosas que exceden su control. Que la humanidad no tiene ningún poder frente a una Naturaleza despiadada, violenta, irreductible. Es como el habitante de las Pampas de Sarmiento: esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en los rulos, imprime, a mi parecer, en el carácter enrulado cierta resignación estoica para la muerte violen... Bueno, tampoco tanto.
Pero es cierto que la portadora de rulos ya no se espanta con nada. Ante la humedad, l@s ondulad@s se angustian y una enrulada de ley se les caga de risa. “Boludos voluntaristas”, piensa, “guarden los invisibles”. Hay que bañarse y empezar de cero. Ya fue.
La portadora de rulos valora su tiempo lo suficiente como para no plancharse el pelo, jamás. Declara con firmeza que el alisado es para giles, sin preocuparse por ofender a nadie. La pibita en la puerta de la peluquería le da un cupón y ella la mira desafiante. Está celosa, claramente. Que se lo meta en el culo, el cuponcito.
Hubo una época en la que ella también quiso tener un flequillo pesado, lustroso y retro, pero hace mucho que vive en paz con el hecho de que eso nunca va a suceder. Lo acepta, desde el fondo de su corazón.
Porque la portadora de rulos no olvidará jamás el viejo precepto de la nana Fine: cuánto más grande es el pelo, más chicas se ven las caderas.

2 comentarios:

  1. Tan cierto, un antes y un despues cuando me amigue con esta desgracia que la naturaleza me dió.

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  2. Me enamoré de la ginepedista que escribió esto.

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