Etiquetarse en las tortas


Verbo. Súperreflexivo.

Proceso de auto visibilización que consiste en reivindicar la participación y/o presencia de una allí donde ha sido deliberadamente borrada. // Justicia por mano propia.

Ingenua ginecea postadolecente, todavía romántica, todavía medio boludona, se dedica a la pastelería amateur para ponerle un-toque-de-onda al vínculo héterocentradísimo que tiene. Y, como corresponde a todo vínculo heterocentradísimo, sucede que el festejado tiene amigas (ver amiga de tu novio). Y si parecía estar todo bien porque la ginecea en cuestión es medio boludona y la confrontación en espacios públicos la deja para cuando hay que tirarle piedras a alguna dependencia pública; corre el riesgo de convertirse en el centro de los ataques pasivo agresivos de una especie muy particular de aburridas que, no importa cuánto hayan sorteado las barreras de la historia para con el género, necesitan investirse de la norma y contarte porqué sos una mala novia. O una poco mujer. Para ellas es todo lo mismo.

Ni yo quiero ser una buena novia, ni vos una amiga copada.

Y puede pasar que alguien, en algún descuido del inconsciente –porque acá entendemos todo, la comprensión es feminista; la solidaridad de género también, aunque a veces haya que explicarla por la fuerza- se manda la mamarrachada de borrarte, en tanto novia de su amigo, de todas las fotos. Sí: no conformes con remarcar lo amateur de tu pastelería, el book oficial del evento no te cuenta entre sus participantes.

Otra posibilidad es que se encargue de explicar (usándote de ejemplo permanente, claro está) lo infradotadas que son las mujeres en el capitalismo. Porque se sabe que a las conchudas las tocó la varita mágica (sin varita mágica no hay misoginia, dirá alguna extremista) y están, por obra y gracia del falo divino, exentas de cualquier culpa y cargo de la femeneidad capitalista. Que una no reivindica especialmente, pero vamos, tanta gratuidad ante contradicciones de las que tod*s participamos, ¿no es un poco mucho?

Pero la misoginia se viste tanto de rosa barbie como de violeta antipatriarcal. Y la reacción más lógica, ya que estamos en tema, es tirarle un balde de lavandina. ¿No?

Estrategia: o como bailar el baile de la conchuda sin condenar la genitalidad propia.

¿Qué hacemos ahora? Odio, rencor, violencia, piedras.

Pero no. No es tan fácil. No es que una va y dice: “¿Qué te pasa, piba? ¿No te parece un toque sacado bardearme ante cada chance que tenés? ¿Lo querés charlar? ¿Querés que nos caguemos a trompadas?”

Claro, una quiere creer que con la sinceridad alcanza, pero la conchuda tiene la habilidad de la victimización y el no hacerse cargo. Y una queda colgada, tratando de resolver toda tensión lo más civilizadamente posible, malgastando energía al pedo y bancándose la sonrisita socarrona de “sabés que te odio y no va a cambiar” de la que ni siquiera se digna a putearte cara a cara.

Y ves bien la foto. Y en la foto no estás, pero las dos medio-fallidas-pero-con-bocha-de amor (y ricas) tortas que te mandaste en este asunto de la novia ortodoxa, están. Están ahí. Y te etiquetás en las tortas, porque si las tortas estaban, vos también. Y, convengamos, en algún momento te ibas a tener que hacer cargo de que sos un poco torta. Ni se la esperaban. Pocas cosas más eficaces que darle al otro la razón, demostrando que no importa si les cabe o no, vos estás.
Aunque sea en forma de torta.

Pero ojo, etiquetarse en las tortas no es sólo cuestión de mandarse con la valentía propia de estar atrás de un monitor y hacer un click (ver subtexto); es definirse, imponerse, visibilizarse como la-novia-medio-torta-y-qué. El acto performativo de la visibilización jocosa debería concluir autorreferencialmente: “¿Te divierte bardear a otras mujeres? Bien. A mí cojer con ellas”

Esto es pura justicia poética.

1 comentario:

  1. Quiero denunciar a la editora que, siguendo la escuela de Viñas, pero no por eso respetando los deseos de la autora, me cambió coger por cojer.

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